A lo largo del día existen multitud de momentos
en los que hasta los más pacientes, pacíficos y tranquilos pueden llegar a
perder el control por diversas causas: un jefe quisquilloso y exigente; una disputa
conyugal; un exceso de trabajo urgente que parece no acabar nunca; un atasco
cuando más prisa se tiene, y así un largo etcétera de situaciones en las que
hasta los más benditos se desahogarían echando sapos y culebras y ciscándose en
todos los que le rodean, hasta en su propia sombra que le sigue siempre y está
empezando a tener mala sombra también.
Una
investigación publicada en Trends in Cognitive Sciences y comentada
en la prensa española, parece ofrecer un resultado sorprendente y no es otro
que el autocontrol no es un recurso limitado y por ello susceptible de agotarse, aunque es lo que todos los humanos "limitados" tendemos a pensar y también afirma la Psicología, esa ciencia que dice estudiar el comportamiento humano y explicarlo hasta que viene alguien autorizado y afirma lo contrario de lo que se tenía por una verdad inamovible, lo que suele pasar un día sí y otro también, aunque sea una redundancia redundante.
Según
el equipo de investigadores de las Universidades de Toronto (Canadá) y Aberdeen
(Escocia) -se indica el país para orientar a los menos duchos en geografía-, el
quid de la cuestión sobre cuál es la causa de la dificultad para controlarnos
cuando estamos cansados, estresados o cuarto y mitad, radica en que empezamos a
valorar más lo que "nos gustaría" hacer que lo que "tenemos
que" hacer. Esta afirmación la entienden hasta un niño chico y no hace
falta un equipo de investigadores sesudos para llegar a esa conclusión que
cualquiera puede llegar a captar con sus entendederas de ciudadano normal y
corriente -más de lo segundo que de lo primero, porque abundan mogollón y los
primeros escasean bastante.
Bueno,
al grano: según dicen los sabios estudiosos, cuando se está agotado se produce
un cambio en las prioridades motivacionales -dicho en cristiano para que lo
entienda cada ídem: "se pierden las ganas de hacer lo que se está haciendo
por obligación, para hacer lo que no se está haciendo pero sí gustaría hacer
por diversión". Creo que con eso ha quedado lo suficientemente claro y el
que no lo entienda que no lo siga intentando porque corre el peligro de que le
dé una apoplejía por el esfuerzo-; y por ello se presta menos atención a lo
que se está haciendo por obligación y se emplea más tiempo en hacer -o imaginar-
lo que sí nos gustaría hacer -para algunos es muy fácil esto último, porque lo
que les gusta hacer sobre todo lo demás es no hacer absolutamente nada. Son
fáciles de contentar, los pobres, y poco imaginativos, también.
Por
lo tanto, los investigadores han llegado a la conclusión de que en esos
momentos de agotamiento, cansancio o estrés, es el cerebro el que reclama un
mayor tiempo de descanso, ocio o diversión ante el exceso de trabajo,
obligaciones y deberes que se llevan a cabo. Es decir, el pobre cerebro lanza
una llamada de atención como el náufrago lanza una botella al océano con un
mensaje dentro, con la esperanza de que alguien lo encuentre y vaya a
rescatarlo. Tanto el cerebro como el náufrago tienen la esperanza de que
alguien escuche su llamada de socorro, pero no siempre se produce el rescate en
ambos casos, porque muchas veces no es posible dejar "el tajo" por
cuestiones de horarios laborales, urgencia de la tarea; o tener al jefe cerca y
cejijunto; o bien, porque quien recoge la botella se percata de que ha debido
ser escrito el mensaje que contiene en el siglo pasado, o el anterior, por el
tipo de papel, el vidrio de la botella -perspicaz que es quien la encuentra y
con facultades de Sherlock Holmes-, o bien porque viene firmado el mensaje y
fechado con el latiguillo de " en el año del Señor de 1738" -aunque
para eso no hace falta ser avispado, sino sólo saber leer para darse cuenta de
que el rescate es técnicamente inviable, porque lo que no puede ser no puede
ser y, además, es imposible.
Bueno,
pues al grano de la paella, quiero decir que volvamos al meollo de la cuestión
que para eso estamos. Como hablábamos antes de autocontrol, se podría preguntar
y preguntamos con inocencia ¿y eso que es?. Pues según los conocimientos que
aporta la psicología -los míos son prestados
y de segunda mano-, el autocontrol es el proceso mental que permite
manejar los pensamientos, emociones y comportamiento para ajustarlos a los
fines que se ha propuesto el sujeto (y sujeta) en cuestión. De esa forma, el
aludido puede controlar o inhibir las respuestas poco apropiadas para el
alcance de sus objetivos y cambiarlas por otras más adecuadas. La Psicología
afirma -ella es muy suya-, sin embargo, que el autocontrol es limitado y puede
agotarse, al igual que sucede con la energía, por lo que llegado a cierto
límite sería difícil o imposible que el individuo pudiera controlar sus
impulsos y podría perder los estribos, la paciencia, el aguante y hasta el
refajo -en caso de llevarlo-, y mandar al jefe, o a la "parienta", a
la suegra o a los papeles a hacer gárgaras sin contemplaciones ni medias tintas
-puestos a derramar el tintero hay que hacerlo bien y sin dejar ni gota.
Ante
la evidencia de que el rendimiento va disminuyendo con el tiempo, como ya saben
todos los que han trabajado o estudiado -no entiendo esa distinción como si el
estudio no fuera un trabajo, o a la inversa, pues todo trabajador estudia la
forma de trabajar menos-, pues eso, que el equipo de investigadores afirma que
esa baja en el rendimiento no es adrede, sino que es debido a un cambio de
prioridades y no a una evidente falta de autocontrol que relaja la disciplina y
el espíritu del deber para seguir cumpliendo la obligación.
Dicho
lo anterior -que es mucho decir-, parece que nuestros amigos investigadores han
encontrado una forma de ayudar al pobre cerebrito a seguir en el empeño de
cumplir con el deber y dejarse de milongas. Y para ello, sugieren que se cambie
la idea de "tengo que hacer" por la de "quiero hacer" - sí, sí, ya dice el refrán lo de que "
es más fácil predicar que dar trigo", dicho sea con todo respeto-,y para
conseguir ese milagro de la voluntad dicen que hay varios recursos que pueden
ayudar en el intento:
a)
Tomarse un tiempo de descanso, periódicamente en el trabajo o quehacer, para
airear al pobre cerebro que a esas alturas ya estará hecho un pingajo, y salir
de la situación tensa o estresante y así poder pensar y recuperar la calma y el
autocontrol. Valen los minutos para tomarse un café, un carajillo o incluso una
tila; al igual que sirven para alejarse del marido quisquilloso e insoportable,
el jefe exigente o malhumorado -siempre van unidas las dos
"virtudes"-, o la pila de trabajo por hacer y que obliga a
preguntarse al sufrido trabajador o víctima propiciatoria "¿Pero es que
me estaban esperando a mí solo para
terminar el trabajo?".O sea.
b)
Evitar tener cerca las tentaciones, a lo que llaman los siempre sapientes
psicólogos "control de estímulos" Por ejemplo tener lejos el móvil
para no enviarle sms a ese/a tío/a tan simpático/a que "mola mogollón".
O apagar internet para no buscar ese dato tan importante y urgente como puede
ser el resultado de la quiniela o los goles que marcó fulanito; o bien mirar la foto de ese/a tío/a bueno/a
que viste en ese sitio al que llegaste por casualidad después de consultar el
diccionario de la RAE, etc., y hete aquí -no, mejor allí-, que te encontraste
con una página de contactos o ligues "buenorros" que te dejó sin
aliento.
c)
En los momentos de cansancio, es conveniente tomar algún alimento dulce -un
bombón, un caramelo, sí, uno, no una bolsa entera-, porque se ha comprobado en
diversos estudios que aumentar el nivel
de glucosa, incrementa el rendimiento en trabajos o tareas que exigen
autocontrol, ya que el aumento de la glucosa en sangre es muy útil para
controlar los impulsos agresivos y mantener la calma aunque se desconoce cuál
es el mecanismo de actuación al respecto. Igualmente útil resulta enjuagarse la
boca con un líquido azucarado, sin tragarlo, para aumentar la capacidad
cognitiva o autocontrol y la concentración.
Además de que, en este sentido, también se ha comprobado su eficacia con
los perros que, a falta de hueso que roer, chupan un azucarillo para ir
controlando los jugos gástricos y las ganas de liarse a mordiscos con los calcetines de su dueño que, por el
olor que tienen, deben de ser de "pata negra", o sea que el cochino
del dueño no se lava los pies durante meses, todo hay que decirlo.
Si todas estas posibles
ayudas fracasan y no surten efecto, y se sigue teniendo un déficit de atención y un exceso de cansancio, tensión psíquica o estrés -en una palabra, que el sujeto en cuestión
está más "quemado" que el palo
de un churrero-, entonces es el momento de intentar descansar durante más
tiempo, tomarse unas vacaciones, o buscar la satisfacción interna que no aporta
el trabajo con otras actividades que sí la ofrezcan de forma habitual cada día, cambiando
el orden de prioridades y abandonando durante más tiempo el trabajo que ofrece
sólo recompensas externas -dinero, posición social, estabilidad laboral-, por
otras actividades que dan compensaciones que son internas y no mensurables en
términos económicos, profesionales o sociales, pero que, a la larga, redundan más en la propia satisfacción, salud psíquica y física, realización personal y
todo aquello que hace que un ser humano sea eso y no sólo un "burro de carga" que
termina aplastado por el peso y responsabilidad que lleva sobre sus hombros,
pero no antes de haber estado a punto de pegar rebuznos, coces y más de un
mordisco a troche y moche.
Por eso, amables lectores,
hay que poner un poco de orden en la vida, física y psíquicamente, y tratar de cambiar
horizontes vitales equivocados o, al menos, mudar el color del cristal con el
que se miran, para evitar que esa vida sin horizontes termine siendo la única
vista que se ha contemplado a lo largo de una
existencia dedicada a trabajar, aceptar o soportar responsabilidades que
hacían olvidar que existe la risa, la alegría, el disfrute y el placer.
Sobre
todo, no hay que olvidar que el principal deber es el que se tiene con uno mismo
y con la propia realización en esta vida, para evitar que las ilusiones se quemen en una continua hoguera donde arde toda
esperanza de alcanzar una pizca de felicidad que queda así convertida en cenizas.
Y no hace falta decir cómo queda el palo
del churrero...